• Preparando el domingo adultos

Preparando el Domingo (Adultos y Jóvenes)

JUEVES SANTO - CICLO C

LOS AMÓ HASTA EL EXTREMO

17 de abril de 2025

DESCARGAR 

Domingo

PRIMERA LECTURA:
"Prescripciones sobre la cena pascual” (Éxodo 12, 1-8.11-14)

SALMO:
"El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo” (Salmo 115)

SEGUNDA LECTURA: 
"Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor” (1 Corintios 11, 23-26)

EVANGELIO:
"Los amó hasta el extremo” (Juan 13, 1-15) 

 

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro y este le dice: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?». Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dice: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos». Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios». Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.

(Juan 13, 1-15)

“ALIMENTAR LA ESPERANZA”.


  • image

    Sabemos que, para desarrollar nuestra vida cotidiana, necesitamos alimentar bien nuestro cuerpo, mediante una dieta equilibrada. Siguiendo el material que la Diócesis de Valencia ha publicado sobre la Bula de convocatoria del Jubileo, el Domingo de Ramos dijimos que Jesús es la Gran Esperanza que no defrauda, porque la esperanza cristiana está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino, manifestado en Jesús, y ese amor nos da la posibilidad de perseverar día a día sin perder el impulso de la esperanza. Por eso, igual que hacemos con nuestro cuerpo, también debemos alimentar adecuadamente la esperanza cristiana para no perder su impulso.  

     

  • image

    Hoy, Jueves Santo la Palabra de Dios nos indica cómo alimentar ese amor que fundamenta y fortalece la esperanza, mediante una dieta equilibrada, con dos ‘ingredientes’: Dios y el prójimo.

    El ‘ingrediente’ básico para alimentar la esperanza cristiana es la Eucaristía, cuya institución por Cristo celebramos hoy. Como hemos escuchado en la 2ª lectura: “El Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo… Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto en memoria mía»”. Como escribió Benedicto XVI en “Sacramentum caritatis”, «la Eucaristía es el Sacramento del Amor, es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios» (1). Como hemos escuchado en el Evangelio, “Jesús, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. «Y con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos ‘hasta el extremo’, hasta el don de su Cuerpo y de su Sangre» (1). Los alimentos materiales que son el pan y el vino son ‘el Cuerpo y la Sangre de Cristo’. La Eucaristía es el Sacramento del Amor y por eso fortalece la esperanza cristiana, porque “cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”.

    Y el otro ‘ingrediente’ para alimentar la esperanza cristiana, el prójimo, es inseparable de la Eucaristía, porque «en la última Cena Jesús confía a sus discípulos el Sacramento que actualiza el sacrificio que Él ha hecho de sí mismo en obediencia al Padre para la salvación de todos nosotros. No podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. Así pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana» (84).

    En el Evangelio hemos escuchado que Jesús “se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos… Y cuando acabó de lavarles los pies, les dijo: Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”. Por eso hoy, Jueves Santo, junto con la institución de la Eucaristía celebramos del Día del Amor Fraterno. Porque ‘lavarnos los pies unos a otros’, como nos enseñó Jesús, alimenta y fortalece la esperanza cristiana.

    Un camino para ‘lavarnos los pies unos a otros’ lo indica el Papa Francisco en la Bula: practicar las obras de misericordia, como ya dijo en el anterior Jubileo de la misericordia: «si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero. Si ayudamos a superar la duda y el miedo; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros. Si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas» (Misericordiae vultus, 15). Desde la Eucaristía descubriremos cada día múltiples ocasiones para ‘lavarnos los pies unos a otros’, y así alimentar la esperanza cristiana.

     
     

  • image

    ¿Alimento mi vida cristiana con una ‘dieta equilibrada’? ¿Doy preferencia al ‘ingrediente Dios’ y caigo en el espiritualismo? ¿Doy preferencia al ‘ingrediente prójimo’ y caigo en el activismo? ¿La participación en la Eucaristía me mueve a ‘lavar los pies’ a otros, siguiendo el ejemplo de Jesús?

    La esperanza cristiana se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida. La vida cristiana es un camino que necesita momentos fuertes, como la Eucaristía y ‘lavar los pies a otros’, para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro definitivo con el Señor Jesús.

     
     

 


VIERNES SANTO - CICLO C

LOS AMÓ HASTA EL EXTREMO

18 de abril de 2025

DESCARGAR 

Domingo

PRIMERA LECTURA:
"Él fue traspasado por nuestras rebeliones” (Isaías 52,13-53,12)

SALMO:
"Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Salmo 30)

SEGUNDA LECTURA: 
"Aprendió a obedecer; y se convirtió, para todos lo que le obedecen, en autor de salvación” (Hebreos 4,14-16;5,7-9)

EVANGELIO:
"Pasión de nuestro Señor Jesucristo” (Juan 18,1-19,42) 

 

Después de decir esto, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús, el Nazareno». Les dijo Jesús: «Yo soy». Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: «¿A quién buscáis?». Ellos dijeron: «A Jesús, el Nazareno». Jesús contestó: «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos». Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?». La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo». Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?». Él dijo: «No lo soy». Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose (...)

(Juan 18,1-19,42)

“ESPERANZAS DEFRAUDADAS”.


  • image

    Dentro del Jubileo que tiene por lema “Peregrinos de esperanza”, desde el Domingo de Ramos estamos siguiendo esta Semana Santa el material de reflexión que ha publicado la Diócesis de Valencia, sobre la Bula de convocatoria, titulada “Spes non confundit” (La esperanza no defrauda). Y ya dijimos entonces que no resulta fácil hablar hoy de esperanza, porque ante la acumulación de sufrimientos y problemas, en lo personal y en lo social, muchos se sientan tentados de abandonar y de sucumbir al pesimismo. Como dice el Papa Francisco: «Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad».

     
     

  • image

    El Viernes Santo nos confrontamos con la realidad del misterio de la Cruz de Jesús. En Él vemos plasmada la aparente contradicción que hemos escuchado en la 1ª lectura. Comienza afirmando: “Mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho…” Pero continúa diciendo: “Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres… despreciado y desestimado, maltratado…” ¿Cómo mantener la primera afirmación, si la realidad es ese “hombre de dolores”? No es de extrañar que “muchos se espantaron de él”, porque no podían aceptar que el Siervo de Dios tuviese que sufrir.

    Es lo que vivió Jesús: su aceptación de la Pasión supuso que las esperanzas de los Discípulos quedaran defraudadas: Judas lo entregó porque no actuaba como el Mesías revolucionario que esperaba; Pedro se siente defraudado cuando Jesús no se resiste a su prendimiento y acaba negándole tres veces; y el resto de Discípulos, excepto Juan, lo abandonan y huyen.

    Contemplar la Cruz de Jesús, nos obliga hoy a contemplar el mar de cruces que inundan el mundo y nuestra vida. La austeridad de la liturgia nos ayuda a contemplar esas cruces sin adornos, sin paliativos: aunque no lo queramos reconocer, vivimos en un ambiente generalizado de dolor y sufrimiento para la mayoría de personas: enfermedades, rupturas, problemas económicos, guerras que no cesan, crispación política, hambre, inmigración, pobreza, soledad… Ante tantos dramas que nos aquejan, ante tantas cruces, todos los proyectos se estrellan y es comprensible que nuestras esperanzas queden defraudadas.

    Pero no miramos sólo la Cruz. Contemplamos a Jesús en la Cruz, y eso lo cambia todo, porque como dice el Papa: «La esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la Cruz». Y, desde Él, como María y Juan al pie de la Cruz, contemplamos a todos los crucificados.

    El sufrimiento forma parte de la existencia humana. Es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos. Esto sólo podría hacerlo Dios: y sólo un Dios que, haciéndose hombre, entrase personalmente en la historia y sufriese en ella. Y este Dios es Cristo en la Cruz.

    Contemplándole a Él en su Pasión y Muerte descubrimos que todavía podemos esperar, aunque aparentemente ya no haya nada más que esperar para mi vida o para el momento histórico que estoy viviendo, porque, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor. Sólo una esperanza así puede dar ánimo para actuar y continuar en el presente. Lo que nos da ánimos y orienta nuestra actividad, tanto en los momentos buenos como en los malos, es la gran esperanza fundada en las promesas de Dios.

     
     

  • image

    Ante las cruces y los crucificados, es lógico que nuestras esperanzas queden defraudadas. Como dice el Papa en la Bula «La vida está hecha de alegrías y dolores, el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento. Pero en tales situaciones, en medio de la oscuridad se percibe una luz, una fuerza que brota de la Cruz y de la resurrección de Cristo. Y eso lleva a desarrollar una virtud estrechamente relacionada con la esperanza: la paciencia. Estamos acostumbrados a quererlo todo de inmediato. En la era del internet, donde el espacio y el tiempo son suplantados por el “aquí y ahora”, la paciencia resulta extraña. La paciencia, que es fruto del Espíritu Santo, mantiene viva la esperanza». El Viernes Santo, Jesús en la Cruz, nos invita a permanecer ante las cruces y los crucificados, no defraudados sino esperando con paciencia, confiando en que Dios cumple en Jesucristo su promesa: la salvación para cada persona, para la Iglesia, para toda la humanidad. Ésa es la esperanza cristiana que brota de Jesús en la Cruz.

     
     

 


DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR  - CICLO C

ÉL HABÍA DE RESUCITAR DE ENTRE LOS MUERTOS

20 de abril de 2025

DESCARGAR 

Domingo

PRIMERA LECTURA:
"Hemos comido y bebido con Él después de su resurrección de entre los muertos” (Hechos 10, 34a.37-43)

SALMO:
"Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Salmo 117)

SEGUNDA LECTURA: 
"Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo” (1 Colosenses 3, 1-4)

EVANGELIO:
"Él había de resucitar de entre los muertos” (Juan 20, 1-9) 

 

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

(Juan 20, 1-9)

“LA ESPERANZA NO DEFRAUDA”.


  • image

    El Viernes Santo decíamos que Jesús en la Cruz nos invita a permanecer ante las cruces y los crucificados, no sintiéndonos defraudados en nuestras esperanzas sino con paciencia, confiando en que Dios cumple en Jesucristo su promesa: la salvación para cada uno, para la Iglesia, para toda la humanidad. Ésa es la esperanza cristiana que brota de Jesús en la Cruz. Y hoy estamos celebrando que, como indica el título de la Bula de convocatoria del Jubileo 2025, esa esperanza no defrauda.

     
     

  • image

    Siguiendo el material de reflexión que la Diócesis de Valencia ha publicado sobre la Bula, y que hemos utilizado durante toda la Semana Santa, vemos en Jesús que la esperanza cristiana es inseparable de la Cruz pero la Cruz tampoco se puede separar de la Resurrección del Señor. Así lo hemos visto en el Evangelio: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado”.

    La esperanza en una vida que vence a la muerte es consecuencia de la fe en Dios. El ser humano tiene en sí mismo un deseo de inmortalidad y vida eterna que por sí mismo no puede satisfacer. El cumplimiento de ese anhelo sólo puede venir de Quien es la fuente de la vida, que nos hace capaces de vivir en Cristo superando el pecado, el miedo y la muerte. Su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, todos esperamos en lo más íntimo de nuestro ser, de un modo u otro: la vida que es «realmente» Vida.

    La Resurrección de Jesús es la esperanza que no defrauda porque es el cumplimiento de la promesa de salvación de Dios. Y la liturgia de la Vigilia Pascual desarrolla el mensaje de la Resurrección de Jesús como el cumplimiento de la esperanza de Israel, recogida en el Antiguo Testamento, y que en definitiva es la esperanza de toda la humanidad y de la creación entera.

    En la primera lectura se recuerda la creación primera: así como entonces Dios llamó a la existencia a lo que no era, del mismo modo al resucitar a Jesús llama a los muertos a la nueva vida.

    En la segunda lectura, se anuncia la resurrección como el cumplimiento de la historia de la salvación, que comenzó con la vocación de Abrahán.

    En la tercera lectura, la resurrección se presenta con la liberación de Israel, esclavizado en Egipto: el paso del Mar Rojo es prefiguración del paso de Jesús de la muerte a la vida.

    Las otras lecturas del Antiguo Testamento interpretan la Pascua como cumplimiento de la promesa profética que asegura la renovación del pueblo elegido de Israel mediante un nuevo corazón y un nuevo espíritu.

    Y las lecturas del Nuevo Testamento no sólo vuelven la mirada hacia atrás, sino que se proyectan sobre todo hacia adelante. En la Resurrección de Jesucristo se abre el futuro y se instaura definitivamente, para todos, la esperanza que no defrauda. Su Resurrección es la garantía de que al final la vida vencerá a la muerte, la verdad a la mentira, la justicia a la injusticia y el amor al odio e incluso a la muerte. Por eso, la Resurrección de Jesucristo es el punto de partida y el fundamento de nuestra esperanza. La esperanza cristiana no es una ilusión o una proyección de nuestros deseos, ni es una confianza simplista en un final feliz. El fundamento de nuestra esperanza es la Resurrección de Jesucristo, y nosotros esperamos participar de esa misma Resurrección. Esta esperanza no sólo afecta a nuestra alma; es también esperanza en una transformación de nuestro cuerpo y del cosmos entero. Por eso no defrauda porque nada, excepto el mal, queda excluido de esta esperanza.

     
     

  • image

    Hoy, al celebrar y actualizar la Resurrección del Señor, acogemos la llamada de la Epístola de la Vigilia: “Andemos en una vida nueva”, y de la 2ª lectura del día: “Aspirad a los bienes de arriba”. Tanto en los momentos alegres como en los de cruz, seamos “Peregrinos de esperanza” porque, como dice el Papa en la Bula citando la Carta a los Romanos: «La esperanza cristiana no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino: “¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? En todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”».

     
     

 

Imprimir Correo electrónico